Dormíamos en nuestros bajos apartamentos, con las ventanas abiertas para evitar el calor de las noches de Agosto, me metí una de esas noches en su dormitorio, envuelto en una sábana y la quise asustar, pero ella me sorprendió cuando me dijo:
Salí corriendo, no se si me reconoció, debo admitir que no fue una gran idea, desde luego sus reacciones no eran previsibles y por lo tanto me descentraban constantemente.
Para arreglarlo.....
Debo admitir que me moría por verla a solas de nuevo, llegó el día en el que por azar coincidimos en un parque, llevaba una blusa negra que le quedaba genial y jeans y yo una camisa de cuadritos y unos tejanos gastados de color verdoso.
Me acuerdo perfectamente.
Se que me ví a mi mismo diciéndole que la encontraba muy guapa y no se porqué empecé a sonrojarme, quizás por los nervios, quizás porque sus ojos cristalinos empezaron a clavarse en mi boca mientras hablaba, mientras se le abrió la cara y apareció su sonrisa, entonces para mi ya desapareció todo, mis manos ya no me obedecían y ahí demostré gran torpeza, una de las bolas del helado que estaba tomando despegó del cucurucho de galleta y por ir a recuperarlo, rebotó en mi cara dejando su huella y siguió rodando por el pecho, hasta aplastarse en el suelo, no sin antes dejar su huella por todas mis prendas, llevaba dos botones de la camisa desabrochados, naturalmente hubo por su parte un ataque compulsivo de risa, pero entonces se ofreció a limpiarme, sacó un klenex y me ayudó sacar los restos de chocolate del pecho, pero el tacto de sus dedos sobre el vello y la piel de mi pecho, me puso la piel de gallina y solo consiguió ponerme más rojo, creo que parecía un semáforo, por lo ridícula de la situación y porque me estaba paralizando por momentos, lo que pasó después me inmovilizó aún más, acercó su rostro a mi cara y los restos que del helado quedaban en mi cara, los limpió con su lengua, yo estaba inmóvil sin saber que hacer, hasta que su lengua bajó y me besó en los labios.
Unos días después ....
- ¿Tienes frío?
- No, así estoy bien...
Ella estaba apoyada en mi pecho, mientras la rodeaba la cintura con mis brazos, dejando las manos muertas sobre su vientre. Jamás me había sentido tan a gusto como en aquel momento, como si estuviéramos juntos de toda la vida.
Una sábana blanca de algodón nos cubría, los ojos cerrados y nuestra respiración ralentizada, rompí el silencio por fin para decirle en voz muy baja:
- ¿Te he dicho alguna vez que eres más que una amiga para mí?
Noté como por fin no sabía que contestarme, solo sus ojos azules se abrieron como dos platos, parecía que tuvieran un interrogante gigante, me miraban analizándome de arriba abajo, conocía bien ese gesto, era como si me pidieran que siguiera hablando.
Tardó unos minutos en reaccionar y negó con la cabeza muy lentamente, la miré fijamente
- Pues ya lo sabes. Te quiero.
- Yo... También.
Se acurrucó contra mi pecho, apoyó su cabeza contra mis hombros y recuerdo el frí en mis manos, esos cabellos rubios inundándolo todo, antes de quedar dormidos.
Pasó el verano y ya no la vi nunca más, no volvió por allí pero me dejó una sonrisa inmensa, un beso robado con sabor a frio chocolate y duces labios ardientes.
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